RETOS INSTITUCIONALES Y POLÍTICOS DE LA ELECCIÓN 2108. EL TIEMPO VUELA

Rodolfo Torres (19/03/2017)

Para efectos prácticos, la elección presidencial de 2018 ha iniciado. Se publican encuestas, se destacan los actos de quienes han manifestado su intención de contender por el cargo, se reacciona ante cada declaración de los aspirantes, y las contiendas locales, en particular la del Estado de México, se analizan con la mira puesta en la elecciones del año próximo. 

Para tal ambiente político y clima de la deliberación pública, poco cuenta que la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales (LEGIPE) marque el próximo mes de septiembre para el inicio del proceso electoral y la jornada comicial esté programada para el primer domingo del mes de julio de 2018; según los artículos transitorios 2° de la Constitución y 11 de la LEGIPE.

Con excepción de Baja California y Nayarit, treinta entidades de la República celebrarán la elección de al menos un cargo local de elección popular en la misma fecha de la elección federal para la renovación de la Presidencia de la República, el Senado y la Cámara de Diputados.

Es, desde el punto de vista técnico, la elección más compleja en la historia del país. En una perspectiva política, representa la mayor concentración de disputas por el poder. Constituye, por lo tanto, un cúmulo de retos incrementados para el Instituto Nacional Electoral y sus similares de las entidades federativas. Veamos algunos.  

De acuerdo con la LEGIPE, el INE tendrá a su cargo la recepción de la votación popular en todo el país, tanto de las elecciones federales como de las locales. Ello hace aún más delicados los trabajos para determinar los lugares en que se instalarán las casillas. Al operarse en un esquema de casilla única, los representantes de partidos y candidatos prácticamente se duplican. No será sencillo localizar lugares con la amplitud suficiente para disponer las urnas y mamparas de modo que se garantice la secrecía del sufragio y además pueda ejercerse el derecho de vigilancia de un número superior de representantes. Por fortuna, hay buen número de entidades que ya habían venido celebrando elecciones concurrentes, de modo que la dificultad básicamente se concentrará en las que se incorporan a este esquema. 

Debido al crecimiento natural de la población en edad de votar, es decir del padrón electoral y la lista nominal de electores, los funcionarios de la Mesa Directiva de Casilla serán un número de ciudadanos superior que en el pasado. Pero resulta que la disposición ciudadana para recibir el voto de sus vecinos pareciera haber menguado. Cada vez son más numerosas las renuncias a cumplir esta responsabilidad constitucional, aduciendo motivos de salud, de trabajo, o de otra índole. Los capacitadores-asistentes electorales deberán hacer un esfuerzo aún mayor de convencimiento.

Por añadidura, la casilla única implica que, en la propia votación y en el escrutinio y cómputo, los funcionarios de la Mesa Directiva tengan presente la distinción entre las elecciones federales y la local. La situación es variada en todo el país. En algunas entidades, los ciudadanos recibirán cuatro boletas electorales, pero en la Ciudad de México, por ejemplo, las casillas recibirán la votación para seis cargos de elección popular, los tres federales y además para Jefe de Gobierno, Diputados del Congreso de la Ciudad de México, y Alcaldías.

Téngase presente que, en las elecciones concurrentes de 2015, contendieron 2,667 candidatos federales y 12,160 locales. Esas cifras crecerán significativamente, al incorporarse otras entidades que otrora celebraban comicios en una fecha distinta.  

Esta diversidad de cargos en disputa y el elevado número total de ellos en todo el país, representará una exigencia aún mayor para la función fiscalizadora a cargo del INE. En 2015, debieron revisarse 20,174 informes de campaña. Para 2018 esa cifra alcanzará no menos 25 mil informes de ingresos y gastos de los candidatos, sin contar los correspondientes a las precampañas y cuyo número depende del método de selección interna de candidatos que haya empleado cada partido.

El desafío no sólo tiene que ver con el cúmulo de trabajo, sino con el ambiente político que se prefigura. Debido a que el rebase de topes de gastos de campaña o el uso de recursos de procedencia ilícita constituyen causales de nulidad de la elección, el número de quejas por el uso y abuso de recursos económicos tiende a crecer en cada elección y la de 2018 no será la excepción.

Unidad para fortalecer a México. Más vale paso que dure, que trote que canse.

Rodolfo Torres (19/02/2017)

Las declaraciones y órdenes ejecutivas del presidente Trump han colocado a México en una condición de riesgo en los ámbitos: económico, social y político. La construcción del muro, la expulsión de migrantes, el encono en el discurso, y el lugar de privilegio que ahora ocupa en la agenda bilateral el tema de seguridad, en detrimento de los variados temas que derivan de nuestro intenso intercambio, modifican radicalmente nuestra relación. Ello exige, sin lugar a dudas, la unidad de sus habitantes y de quienes, viviendo en el extranjero, simpatizan con nuestro país.

Sin embargo, existen diversas formas de entender esa Unidad. Hay quienes la conciben bajo el símil de una contienda deportiva en la que basta que desde las gradas (en la que estaríamos nosotros) se apoye al unísono a un equipo (México) y a sus jugadores (nuestros gobernantes; en quienes, de entrada, los aficionados depositan poca fe en que se desempeñarán con pundonor). Desde esa perspectiva, el apoyo, aunque impetuoso, sería de corta duración. Al final del encuentro y con independencia del resultado, volveríamos a nuestra desavenida  realidad cotidiana.

Dada la gravedad de la situación, ese tipo de unidad, no es útil. Se requiere de una unidad auténtica. Que no se alcanza sólo con invocarla. Aquella que se logra con participación y compromiso. Que fortalezca nuestro tejido social y a sus instituciones. Porque el vigor de un país no depende únicamente de la actuación digna de su gobierno frente al exterior; requiere de mayor sustancia: de instituciones democráticas, de gobiernos y gobernantes honestos y eficaces, y de una ciudadanía actuante.

Podríamos conseguir esa unidad si quienes encabezan nuestra representación ante el exterior defienden con firmeza la soberanía de México. No se trata de una tarea imposible o inédita; tenemos precedentes significativos de ello. Por ejemplo, durante la segunda guerra mundial, Gilberto Bosques encabezó los esfuerzos de nuestro país para dar asilo a más de 40,000 refugiados de diversas nacionalidades. No menos destacado es el caso de Alfonso García Robles, el arquitecto del Tratado para la Proscripción de las Armas Nucleares en América Latina y el Caribe, cuya actuación garantizó que nuestra región fuera la primera en el mundo, libre de armas nucleares –y ganó, por ello, el premio Nobel de la Paz en 1982.

Uno y otro, ejemplos de conducta recta en los asuntos hacia el exterior, han constituido asientos de unidad. Así, la cohesión a la que aspiramos, la que hoy requerimos ante la amenaza exterior, demanda que las instituciones públicas y quienes las integran honren su obligación de servir a la población. Se exige que esas instituciones no sean botín para el beneficio personal o de grupo. Urge, para ello, desterrar el ejercicio patrimonialista del servicio público. Terminar con la práctica de que alcanzar un cargo público significa obtener una patente de corso para el ejercicio arbitrario de la función pública.

Esa unidad requiere que los representantes electos atiendan al interés público, actúen con transparencia, rindan cuentas y no incurran en actos de corrupción. Aunque en materia normativa hemos avanzado considerablemente, en la práctica no hemos desterrado esos vicios de los tres niveles de gobierno. Estamos aún lejos de lograr un ejercicio democrático del poder público.

Esa unidad hace indispensable que los partidos políticos, grupos económicos y organismos sociales asuman que los intereses de México son superiores a sus demandas, por legítimas que fueran. Pues la defensa de nuestra soberanía sobrepasa los límites que una visión parcial impone.

Pero un componente fundamental de nuestra fortaleza como nación, lo debe aportar el comportamiento cívico de sus habitantes. Sin lugar a dudas, toca a los gobernantes conducirse escrupulosamente con eficacia y honestidad. A nosotros corresponde actuar con responsabilidad y respeto, sin discriminar por género, origen étnico o nacional, condición social, religión o preferencia sexual. Esa unidad exige un trato digno. Nuestra práctica cívica favorecería una mayor vigilancia de nuestros gobernantes y una representación política de mayor calidad.

Si bien, no todo abona en nuestro favor, tenemos de nuestro lado algunas bases económicas y culturales. Los lazos que ha construido México con otras naciones en materia económica nos permiten realizar exportaciones agropecuarias, extractivas y manufactureras que se colocan ya por encima de las exportaciones petroleras. De los productos mexicanos que se exportan destacan: la cerveza -con un monto de 2.4 mil millones de dólares, superando a Holanda y Alemania-; el aguacate, superando a Chile y a Perú con un 46% de comercio mundial, y; el limón, con 32.3% del mercado mundial. Nuestra posición geográfica, con acceso privilegiado a los océanos Pacífico y Atlántico, nos debe estimular para convertirnos en núcleo logístico mundial para el traslado de bienes; lo hace también para el transporte de personas por la vía aérea, sobre todo a partir de la decisión norteamericana de desalentar el acceso a sus aeropuertos.

México es, también, poseedor de una pujanza cultural que incita lazos de unidad. Somos herederos de una cultura milenaria –referente destacado en todo el mundo, y particularmente en Iberoamérica. Contamos con la mayor infraestructura arqueológica de América Latina, con 187 zonas prehispánicas; 1,200 museos; más de 120 mil inmuebles que son patrimonio cultural; y un mosaico extraordinario de patrimonio inmaterial.

Es cierto, alcanzar esa clase de unidad, en la que no haya espacio para el agravio, parece un sueño. Pero es preferible empeñarnos por alcanzar ese sueño, que resignarnos a padecer la pesadilla que ahora nos amenaza.

#TrumpEl SeñorDeLaGuerra. Esperar lo mejor, prepararse para lo peor.

Rodolfo Torres (29/01/2017)

El pasado 20 de enero, Donald Trump tomó protesta como presidente de los Estados Unidos. Inicia su mandato con debilidad política interna y externa; cuenta con apenas el 40 por ciento de aprobación de los norteamericanos y,  su discurso agresivo, ha erosionado vertiginosamente el liderazgo político de ese país en el mundo, incluso frente a sus aliados históricos (Alemania, entre ellos). Durante su primera semana de gobierno ya ha detonado acciones dañinas para México.

La campaña de Trump estuvo plagada de tintes nacionalistas cuyo eje propagandístico fue la consigna de que haría grande a América, otra vez. Sus declaraciones (racistas, misóginas, xenófobas) desembocaron en numerosas y abultadas marchas organizadas por mujeres que abarcaron todo el territorio norteamericano y se replicaron en muchos otros países.

La propaganda de ataques a México redituó a Trump poderosos beneficios en la campaña electoral. Como si aún continuara en búsqueda del voto, ya como presidente, volvió a escoger a nuestro país como diana de sus primeras acciones. Parece no hacerse cargo de que el deterioro de la relación México-Estados Unidos generará inestabilidad en materia económica, migratoria y de seguridad, en ambos lados de la frontera.

No podemos desdeñar a los más de 34 millones de personas de origen mexicano en aquel país; ni la evidencia de que su eventual deportación provocaría una catástrofe humanitaria. En cuanto a remesas, de acuerdo con el Banco de México, de enero a noviembre de 2016 el monto acumulado se situó en 24 mil 626 millones de dólares, con un crecimiento de 9.03 por ciento. La ausencia de esas remesas provocaría carencias dramáticas en amplios sectores de nuestro país. Por otra parte, está el hecho de que la región compuesta por  los estados situados en ambos lados de la frontera representa la cuarta economía del mundo; cualquier perjuicio a esa zona dispararía: un daño irreparable a los más de 100 millones de habitantes de la región, la migración de mexicanos y un daño monumental a la economía norteamericana.

Trump se plantea cambiar o desaparecer el Tratado de Libre Comercio. Así, sostiene, subsanará el déficit comercial de su país en un monto que ahora equivale a la cuarta parte del total de lo que comercia con México. Parece no advertir que una parte considerable de ese superávit comercial a favor de México regresa como utilidad a compañias extranjeras, principalmente norteamericanas. Nuestra economía depende en más del 68 por ciento del comercio exterior, y de ese monto casi el 64 por ciento depende del intercambio comercial con Estados Unidos.  Las cadenas productivas entre los dos países, en particular en las industrias automotriz y electrónica, están fuertemente entrelazadas.

En el ámbito internacional, Donald Trump ha amenazado a países de Asia, Europa y América. El pasado 27 de enero la nueva embajadora de los Estados Unidos ante la ONU, Nikki Haley, -al entregar su credencial de embajadora- declaró que “quienes no nos respalden, que sepan que vamos a apuntar sus nombres, y vamos a responder como corresponda”. Usa un tono pendenciero que en nada favorece el buen curso de las relaciones internacionales.

Por otra parte, las controversias con China comenzaron desde la administración de Obama, cuando el almirante Harry Harris aseguró la disponibilidad de Estados Unidos para enfrentarse a China por lo que llamó “reclamaciones marinas excesivas” del país asiático en el mar del Sur de China. Con la llegada de Trump, las relaciones con China se han tensado aún más. A mediados de enero, el entonces candidato a Secretario de Estado, Rex Tillerson, amenazó, durante su audiencia de confirmación, con bloquear el acceso de China a las islas artificiales que ese país construye en aguas en disputa en el mar del Sur. La prensa estatal de China respondió que, de concretarse esas acciones, se desataría una confrontación.

Contraria a la posición histórica de los Estados Unidos de respetar el principio de una sola China, Trump ha planteado un acercamiento a Taiwán. Además, ha acusado a Pekín de manipular su divisa y ha amenazado a China con imponerle aranceles del 45%. No conforme con esos ataques ha criticado, vía twitter, la construcción de las islas artificiales.

De acuerdo con estimaciones del Fondo Monetario Internacinal, los Estados Unidos ha perdido frente a China, después de 126 años, la primacía de potencia económica mundial. El tono permanentemente belicista de Donald Trump lleva a suponer que aspira a recuperar el liderazgo económico y político con base en la fuerza que brinda a su país el liderazgo militar. De lograrlo, será recordado como #TrumpLordOfWar.

Frente a este panorama y ante el inicio de un reacomodo de los vínculos comerciales globales, México tiene la urgencia y la oportunidad de reforzar sus lazos de intercambio con otros países y regiones del mundo. Tiene a su favor una vasta capacidad en materia logísitica y de redes de comercialización mundial.  China es una buena oportunidad para reforzar esos intercambios dada su ubicación como primera potencia económica mundial. Ese país oriental es el segundo socio comercial de México y de América Latina, y el primero de Brasil, Chile y Perú.

Más allá de proclamas, nuestro país debe tomar acciones que lo alejen del papel subordinado que ha ocupado hasta hoy en el mundo. Debemos y podemos transformarnos en actores con capacidad para determinar nuestro futuro. Ello requiere invertir en México y en la enorme valía que tienen sus habitantes.

Gasolina, Economía y Política. Quien siembra vientos recoge tempestades.

Rodolfo Torres (08/01/2017)

El incremento desmedido en el precio de la gasolina, y en general en el precio de los energéticos, ha sido el motivo más reciente para la protesta pública y para acusar a la clase gobernante de insensibilidad política, por decir lo menos. Tal insensibilidad, y el creciente alejamiento de la clase política de los intereses de los ciudadanos es un reclamo que, aunque no es reciente, ha aumentado hasta convertirse en el clamor general que hoy presenciamos. Conviene, sin afanes justificatorios ni fatalistas, examinar algunos de los factores estructurales que auspician ese fenómeno.

El primero, es de naturaleza externa, pues son los intereses económicos transnacionales, que se expresan a través de los organismos financieros internacionales, los que determinan los parámetros a los que deben sujetarse las políticas nacionales en las materias económica y social. Las empresas calificadoras de riesgo -que dan seguimiento puntual a la evolución de esos parámetros y de los indicadores fundamentales de las economías nacionales- realizan juicios que resultan determinantes, no sólo para alentar o desalentar las inversiones en un país determinado, sino para, en el extremo, derruir los cimientos económicos de la nación que incumpla con las expectativas de los organismos financieros internacionales. Veánse, como ejemplos, los casos de Portugal, Irlanda, Grecia y España.

El segundo factor, éste de naturaleza interna pero  íntimamente ligado con el anterior, ha favorecido políticas económicas nacionales orientadas a fortalecer a los corporativos económicos locales; cuya masa crítica resulte robustecida y capaz de competir, o al menos sobrevivir, en un mercado global enfebrecido. Ello en vista de la transnacionalización de las economías que ha exacerbado el gigantismo de los corporativos económicos; que, por sí mismos,  superan  la capacidad económica (y política) de la mayoría de los países en que operan.

Es por ello que, casi siempre, frente a cualquier disyuntiva en la que se contrapongan los intereses de los corporativos, ya sean transnacionales o nacionales, con los de las comunidades en las que éstos operan, las políticas y acciones gubernamentales nacionales optan por favorecer a las primeras. Ello ocurre, aunque no es motivo de consuelo, en la mayoría de los países de todas las latitudes. El actual modelo de desarrollo económico ha sometido de modo tal a la acción de la política que los espacios de intervención de esta última se restringen a potenciar la actuación del interés económico.

Ojo: el tema nada tiene que ver con satanizar el desarrollo económico por sí mismo, ni a los agentes que lo hacen posible. El problema es el tipo de desarrollo económico se ha privilegiado, que ha desatendido la comprensión del  trabajo como la fuente primordial para la superación espiritual y material de la humanidad. Al contrario, las condiciones laborales se han vuelto cada vez más precarias y el deterioro ambiental es más que evidente.

Por otra parte, ciertas particularidades de nuestro sistema político nacional estimulan, aún más, el alejamiento de los gobernantes con los ciudadanos.

Recordemos que la democracia representativa tiene como premisa fundamental la celebración de elecciones auténticas que se basan en contiendas electorales equitativas y en la efectividad del sufragio. En ello hemos avanzado considerablemente, pues, aunque todavía quedan algunos pendientes por resolver y no hay garantía de que esos avances sean irreversibles, nuestra sociedad ha invertido monumentales recursos para la edificación de su entramado electoral (que, también hay que decir, se ha vuelto inecesariamente complejo y costoso). Pero, para que una democracia sea efectiva, se requiere que sus gobernantes mantengan un apego continuo a sus compromisos con los electores y a la sociedad en su conjunto. Es ahí donde nuestro sistema político y nuestra democracia presentan uno de sus más considerables déficits.

A diferencia de los sistemas parlamentarios, en los que puede convocarse a elecciones anticipadas para que, de modo institucional y cierto, los ciudadanos elijan a un nuevo gobierno acorde con los intereses de una nueva mayoría de electores, nuestro sistema político no sólo carece de algo equivalente a esos instrumentos institucionales, sino que, además, arrastra una cultura política patrimonialista que lo obstaculiza.

Si bien, en algunos países sí existe la figura de revocación de mandato, lo cierto es que, cuando ésta se ha puesto en práctica, ha vigorizado la polarización social. El ejercicio del instrumento de revocación peca de ofrecer sólo la vista de una cara de la moneda (los electores muestran si están de acuerdo o no con el gobernante en cuestión) pero no se ofrecen recursos adecuados para construir un gobierno alternativo.

En nuestro país existe una práctica, por desgracia todavía muy extendida, en que los gobernantes cuentan con las condiciones favorables para actuar con despreocupación respecto a las consecuencias de sus actos; no se sienten obligados a ofrecer explicación a nadie. Si, además, se carece de los medios institucionales eficaces para hacer efectiva la rendición de cuentas de los gobernantes, se tiene un caldo de cultivo favorable al reforzamiento del uso patrimonialista de la función pública y al ejercicio abusivo del poder a espaldas de los ciudadanos. Su natural consecuencia es que los niveles de impunidad sean tan elevados.

La carencia de canales institucionales idóneos para preservar el vínculo continuo entre los gobernantes electos y la ciudadanía, crea un dique que agudiza la inconformidad y dificulta sus vías de expresión. De no generar esos instrumentos, seguiremos en presencia de un descontento social con causa pero sin cauce, con el consecuente debilitamiento de nuestra ya precaria democracia.

Aun en entornos como el presente, tan desfavorables y tan estrechos para la acción política (sometida, hemos dicho, a la lógica de un modelo de desarrollo económico excluyente), conviene recuperar las virtudes de la política. Es indispensable ponerla en práctica y cultivarla hasta alcanzar un desarrollo económico inclusivo, y para generar las condiciones que hagan posible nuestra convivencia pacífica.

Gobernabilidad: Nadie se basta a sí mismo.

Rodolfo Torres (13/11/2016)

En regímenes democráticos representativos, el acceso al poder se alcanza a través de la celebración de elecciones libres y equitativas (que en nuestro caso organizan el INE e Institutos Electorales Locales). En ellas se confrontan programas, planes, preceptos ideológicos y hasta, cada vez más frecuentemente, fisonomías de candidatos. Esa confrontación permite a los ciudadanos elegir la opción que consideran más satisfactoria de toda la oferta política. La decisión mayoritaria sintetiza la suma de voluntades individuales que otorgan el poder de gobernar a sus representantes electos.

Al otorgar ese poder de gobierno, el ciudadano tiene expectativas; pretende que: se protejan sus derechos; se garantice su seguridad personal, familiar y patrimonial; se generen condiciones que mejoren su calidad de vida; se actúe con justicia atendiendo con equidad las necesidades de todos. En suma, espera que la acción del gobierno sea eficaz y legítima.

Para que sea eficaz, es indispensable que el gobierno cuente con los recursos y los instrumentos normativos e institucionales que le permiten cristalizar las expectativas de la población. Sin embargo, aun cumplidas estas condiciones favorables, dicha eficacia se ve fuertemente comprometida, principalmente, desde dos flancos. El primero, causado por la inherente complejidad que representa la provisión de bienes y servicios en entornos que -como el actual- se caracterizan por aguda escasez y pronunciada desigualdad. El segundo, resultado de las condiciones que, en el proceso de creciente globalización, producen erosión sustancial a la capacidad de los gobiernos nacionales para formular y desarrollar políticas propias en materia económica y social. Esta ineficacia gubernamental (sumada, por supuesto, la corrupción e impunidad) es germen de desencanto democrático y obstáculo de su legitimidad.

Por otro lado, para que la democracia sea legítima, es imprescindible que el ejercicio de poder esté basado en la aceptación social. El triunfo legal de un partido político o candidato es, sin duda, una precondición de ello; pero, por sí misma, no garantiza el ejercicio legítimo del poder. La aceptabilidad ciudadana respecto al ejercicio de gobierno, es también clave de su legitimidad. Un gobierno legítimo  cuenta con la adhesión de la ciudadanía; no con su obediencia.

Por otra parte, la estabilidad es una condición necesaria para el buen rendimiento de las instituciones y la gobernabilidad del sistema, en especial, de cara a la aparición o agudización de condiciones de crisis del sistema político. Si la acción de gobierno es eficaz y legítima, la gobernabilidad se facilita. En caso contrario, se impulsa un círculo vicioso en el que se menoscaba la capacidad gubernamental para atender las demandas sociales y la gobernabilidad se fragiliza. 

En regímenes democráticos, representativos, de carácter presidencial, con división de poderes, como el nuestro, el Poder Ejecutivo cuenta con un conjunto de instrumentos para la administración eficaz del gobierno. Éste abarca: la presentación de iniciativas legislativas preferenciales; el veto presidencial respecto de legislaciones contrarias a la acción de gobierno; y la construcción de mayorías legislativas para dar viabilidad a las políticas y decisiones gubernamentales.

Este último ha constituido la respuesta más visitada  frente a las diversas crisis de gobernabilidad de los regímenes presidenciales en general. Pues no sólo permite que la acción de gobierno sea eficaz, al generar condiciones de estabilidad política y social; sino también que sea legítima, al buscar que se sumen a la acción del gobierno un mayor número de voluntades que están representadas en las Cámaras del Congreso.

Sin embargo, las tendencias electorales marcadas por los pronósticos de los resultados de la elección 2018, prefiguran una votación dividida por tercios, en que ninguna fuerza política será, por sí misma, mayoritaria en las cámaras de diputados y senadores. Ello puede repercutir en la eficacia del gobierno que resulte electo de ese proceso comicial y, en consecuencia, se puede deteriorar la ya de por sí agobiada gobernabilidad del país. Ese escenario sería sin duda peligroso, particularmente ahora, a la luz de los retos que arrojan los resultados de la elección de los Estados Unidos; el entorno económico mundial, que hace prever un crecimiento débil -quizá incluso negativo- del Producto Interno Bruto; y un entorno social y político en el que la crispación no amaina.

Por todo ello, son meritorias las propuestas que aspiran a hacer más eficaz la acción de gobierno mediante la construcción de mayorías legislativas estables en las Cámaras de Diputados y Senadores. Es cierto que esas propuestas se formulan ahora en el marco de reformas más amplias que tienen como eje la realización de una segunda vuelta para la elección de la presidencia del 2018 (no me detengo ahora a analizar los potenciales efectos de la propuesta de acudir al mecanismo de la segunda vuelta, pues amerita un tratamiento especial por cuenta propia).

Sin embargo, al margen del contexto en que se proponen, esas mayorías han de ser estables a lo largo de la legislatura  para que propicien la eficacia a que se aspira. Eso implica que deben ir más allá de acuerdos coyunturales. Se requiere, entonces, desde luego, de un Plan de Gobierno que las articule, las cohesione y las comprometa. Pero, además, se requiere que las mayorías se hagan cargo del efectivo cumplimiento del Plan y de sus potenciales consecuencias -sean éstas positivas o negativas.

Lo deseable es que ese plan de gobierno atienda efectivamente a las expectativas de la población. Sólo así se fortalecerá la gobernabilidad del país; y de ello depende, cardinalmente, la armonía social.

Credibilidad de autoridades electorales. Más claro, ni el agua.

Rodolfo Torres (23/10/2016)

Diversas encuestas, como la contenida en el Informe País sobre la calidad de la ciudadanía en México, publicado por el Instituto Nacional Electoral (INE), o la realizada por el Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública de la Cámara de Diputados muestran que, entre el 66  y el 64 por ciento de los mexicanos, confían poco en la autoridad electora l–o, de plano, desconfían de ella. Esto a pesar de la reforma electoral 2014-2015 que transformó al IFE en INE y creó un sistema nacional de elecciones, en el que convergen el INE y los Organismos Públicos Locales Electorales (OPLE) de las entidades federativas.

¿Por qué es tan relevante que las autoridades electorales, tanto las administrativas (INE-OPLES) como las jurisdiccionales (Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación) cuenten con el aprecio ciudadano para el ejercicio de sus funciones? La respuesta concisa es: porque la credibilidad es el pilar sobre el que se sostienen para el desempeño de sus funciones. Me explico.

Al organizar los comicios, las autoridades electorales deben salvaguardar la equidad de la contienda. De modo tal que para la ciudadanía resulte creíble que la autoridad actúa de modo cierto, legal, independiente, imparcial y objetivo, como lo disponen los artículos 41 (fracción V, apartado A) y 134 (párrafo 7) de la Constitución General, así como el artículo 30 (numeral 2) de la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales (LGIPE).

Al sancionar conductas contrarias a la normatividad, las autoridades electorales deben velar porque los elementos de prueba que se presenten acrediten a plenitud las faltas, y que las sanciones que impongan sean proporcionales a las infracciones cometidas. Ello les obliga a sustraerse, a pesar de la estridencia de cada caso, de toda posibilidad de falta de sustento, o de denuncias frívolas. Por otro lado, las autoridades electorales están obligadas a sancionar con firmeza, a quienes se acredite hayan actuado con dolo o hayan violado la ley de modo grave, pues de no hacerlo dejarían resquicio a la impunidad. Deben aportar, además, argumentos convincentes de que sus resoluciones obedecen a criterios justos.

Uno de los momentos cruciales de los procesos electorales es el de la declaración del triunfador. En ese momento, la autoridad electoral debe hacer verosímil que el voto se ha ejercido de modo universal, libre, secreto y directo, personal e intransferible, como lo establecen la fracción I del artículo 41 constitucional y el artículo 7 numeral 2 de la LGIPE. Debe hacer patente que en la determinación de la validez o nulidad de los votos ha observado lo dispuesto en los artículos 290, numeral 2, y 291, numeral 1, inciso a de la LGIPE –donde se establece, como regla general, que se contará como voto válido, la marca que haga el elector en un solo cuadro que contenga el emblema de un partido político, o bien en uno o más cuadros que contengan los emblemas de partidos políticos coaligados. Asimismo, que han sido sancionados quienes hayan utilizado recursos de procedencia ilícita, como lo disponen los artículos 380 numeral 1, inciso b, 446 numeral, 1, inciso e; o hayan rebasado los topes de gastos, según lo dispuesto en los artículos 41 fracción VI, párrafo tercero, constitucional y 229, numeral 4 de la LGIPE.

Pero el mayor reto consiste, sin duda, en la tarea que corresponde a las autoridades electorales de demostrar con toda legitimidad que los triunfos y derrotas han ocurrido del modo en que lo han mostrado, pues los contendientes y la sociedad están en su derecho de demandar que se compruebe el debido sustento de los resultados. Así, no basta con mostrar que la suma de los votos plasmados en las actas favorece a determinado candidato; no es tampoco suficiente el reconteo de votos; es indispensable que la autoridad cuente con todos los elementos necesarios y suficientes para acreditar que, a lo largo del proceso, se ha actuado con apego a lo dispuesto por la ley.

Por demás está decir que la credibilidad de las autoridades electorales tiene un desgaste natural, pues deben afrontar los cuestionamientos continuos y permanentes respecto a su actuación o su omisión por parte de los diversos actores políticos que oponen su credibilidad a la de las autoridades.

Una baja o nula credibilidad de las autoridades electorales tiene, también, un impacto considerable en la propia legitimidad de las autoridades que resultan electas y, consecuentemente, en su capacidad para el ejercicio de gobierno. Creer en la validez de los resultados de las elecciones es creer también, en buena medida, en la legitimidad de las autoridades electas.

Para preservar y acrecentar la credibilidad no es necesario que las autoridades electorales se sometan a exigencias, aun si éstas son planteadas de forma impetuosa, de grupos mayoritarios o minoritarios, o de los llamados poderes fácticos. Es suficiente que puedan explicar, de modo convincente las razones de sus determinaciones y mostrar que éstas poseen fundamentos jurídicos y técnicos sólidos, y que satisfacen el interés colectivo. De ahí que la labor pedagógica de estas autoridades sea piedra angular para su eficaz desempeño.

Es decir: a mejor rendición de cuentas de las autoridades electorales mayor será su credibilidad, y mayor será también la legitimidad de los gobiernos electos.

Constitución de la CDMX: mejorar la calidad de vida de todos. El diablo está en los detalles.

Rodolfo Torres (02/10/2016)

El 15 de septiembre de este año se instaló formalmente la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México. Ese mismo día el Jefe de Gobierno entregó su Proyecto de Constitución Política. Será éste el punto de partida para que las y los Diputados Constituyentes cumplan con su misión de dotar a esta ciudad de su ley suprema, misma que deberá propiciar: la convivencia civilizada entre sus habitantes, la generación de condiciones para que se materialicen las expectativas de una vida mejor y, afrontar con éxito los retos que aseguren la sustentabilidad de la ciudad.

Para dimensionar esos desafíos, baste decir que, en 1960, la mitad de la población mexicana vivía en las ciudades, hoy lo hace el 80 por ciento; su consecuencia inmediata ha sido que los retos en materia de agua, drenaje, transporte, medio ambiente y seguridad sean más complejos. Por ejemplo, según estudios del Banco Mundial y la Conagua, si no hacemos algo, en 15 años sólo la mitad del agua del Valle de México estará asegurada.

Para afrontar esos retos es urgente planear el desarrollo de la ciudad. Una buena noticia es que el Proyecto de Constitución prevé la creación de un Instituto de Planeación; lo malo es que no le otorga autonomía plena.

El tema es relevante, pues es indispensable alejar el tratamiento de los temas estratégicos de la ciudad de la lucha política coyuntural, en ocasiones frívola. Los problemas que enfrentamos son de tal magnitud y complejidad, que no pueden improvisarse soluciones cada tres o seis años, con cada cambio de gobierno. Requieren de: instituciones sólidas, consensos políticos y sociales firmes, e inversiones cuantiosas, que deben ejercerse de modo transparente y honesto. Estos temas deben ser tratados con visión de Estado, con perspectiva de largo plazo y con enfoque sustentable.

Cabe mencionar que, ese Instituto de Planeación deberá integrar un Sistema de Información Estadística y Geográfica, en consecuencia, sus servicios irían más allá de los que pudiera aprovechar en exclusiva el gobierno de la ciudad; son de utilidad para la sociedad en su conjunto. Atendería una función primaria como lo es reunir datos y emitir información veraz y objetiva sobre la realidad de los habitantes de la Ciudad de México. Por ese motivo, esas cifras económicas y sociales no pueden estar sujetas a sesgo o “maquillaje” alguno en favor del interés de cualquier gobierno en turno.

Pero, para que la planeación sea eficaz, ese Instituto no debe depender jerárquicamente del Jefe de Gobierno, ni de ningún otro poder local. Lo contrario convertiría a ese organismo en dependiente de la administración central pues, aún con autonomía técnica y de gestión, pero bajo la figura de un organismo descentralizado, se subordinaría a esa administración centralizada.

Es por ello que, para articular las soluciones que le urgen a la Ciudad, es importante y necesario que el organismo de planeación sea autónomo y es prioritario elevarlo a rango constitucional pues, como lo ha dispuesto la propia Suprema Corte de Justicia de la Nación para el caso federal, la naturaleza autónoma de los organismos debe estar establecida en la propia Constitución.

De igual forma, es menester manifestar preocupación acerca de otros dos temas. El primero se refiere a lo establecido en el artículo 29 numeral 3 del Proyecto de Constitución. Este dispone que al cumplir 16 años las personas adquieren el derecho al sufragio. Como se sabe, la Constitución General establece que sea a los 18 años. Por otra parte, el derecho al sufragio es uno de los signos distintivos de la ciudadanía. Sin embargo, en el proyecto constitucional no se precisa si con ello se otorgaría a esas personas una ciudadanía plena, es decir, con todos sus derechos, obligaciones, y con todos sus efectos jurídicos.

El segundo tiene que ver con la integración del Congreso de la Ciudad, previsto en el artículo 34; en particular con lo dispuesto en el inciso a), numeral 1, de su apartado B. Ahí se establece que las candidaturas sin partido tendrán derecho a la asignación de curules por el principio de representación proporcional. Si bien la propuesta tiene la virtud de intentar atajar la inequidad en la que se encuentran las candidaturas sin partido, lo hace de un modo que puede tener efectos colaterales contraproducentes.

Cabe recordar que en el rubro de representación proporcional el elector vota por listas. A esa lista de candidatos los cohesiona su pertenencia a un mismo partido, pero, sobre todo, suscriben una misma Declaración de Principios y un mismo Programa de Acción. En contraste, a los Candidatos Sin Partido: no los cohesiona una misma organización, no suscriben la misma Declaración, ni tienen un mismo Programa. ¿Cómo agruparlos entonces en una lista de individuos que no necesariamente tienen algo en común? De mantenerse la redacción actual puede favorecerse el surgimiento de Asociaciones Políticas de Candidatos sin Partido, es decir, un tipo sui generis de partido político, sólo con existencia para procesos electorales.

La Constitución Política de la Ciudad de México es un asunto de interés público. Todo ciudadano de esta ciudad debe estar informado y tomar parte en ese debate pues, no siempre tenemos la oportunidad de participar en asuntos que determinan nuestro entorno político, social, económico y cultural.

Alto a la compra y coacción del voto Lo barato, sale caro.

Rodolfo Torres (11/09/2016)

El número de casos de compra del voto y de amenaza a los votantes para obtener triunfos electorales ha alcanzado niveles alarmantes. Un caso reciente, en que fue denunciada esta práctica nociva, ocurrió en la elección de Comités Vecinales de la Ciudad de México y Consulta sobre el Presupuesto Participativo 2017, realizada el pasado 4 de septiembre.

En ese evento de participación ciudadana se presentaron, según notas de prensa, 592 denuncias ante la FEPADE. De acuerdo con información periodística, el 80% de esas denuncias (474) estaban vinculadas con la compra y coacción del voto.

A reserva de que las autoridades competentes resuelvan la procedencia de esas denuncias, el dato es en sí mismo inquietante. Para darnos una idea de su magnitud, y a modo de ilustración, podemos compararlo con los datos de la elección presidencial del 2012 y un estimado de participación para la elección 2018.

De mantenerse una proporción equivalente de casos al número que ha sido objeto de denuncias en la elección del pasado 4 de septiembre, para la elección presidencial del 2018 podría hacerse una estimación -basada en el número de votantes y el número de denuncias presentadas- que elevaría los casos de compra y coacción del voto a una cifra de 84 veces el número de quejas que se presentaron en la elección del 2012 (378).

Este resultado se obtiene al dividir el estimado del número de votos que se emitieron en la elección de Comités Vecinales (772,485) entre el número de denuncias reportadas por compra y coacción de votos (474). Ello arroja que por cada 1,630 votantes se presentó una denuncia por esos motivos.

Si ahora extrapolamos ese dato (1 denuncia por cada 1,630 votantes) para el caso de la elección presidencial del 2018, tomando como base los datos de participación ciudadana del 2012, resulta lo siguiente.

En la elección presidencial del 2012 se tuvo un 63.08 por ciento de participación ciudadana. Por otra parte, el número de ciudadanos registrados en el corte más reciente de la lista nominal de electores (2 de septiembre de 2016) es de 82 millones 186 mil 598 ciudadanos. Si estimamos para 2018 una participación equivalente a la que se tuvo en 2012, tendríamos que en la elección del 2018 se emitirán un poco más de 51 millones 843 mil votos. Si ahora a ese resultado lo dividimos por el número de votantes por denuncia (1,630), como ocurrió en la elección vecinal del domingo pasado, tendríamos que, bajo ese supuesto (meramente ilustrativo), en la elección de 2018 se presentarían 31 mil 805 quejas. Ello no sólo provocaría una situación crítica para el desahogo de ese prominente número de quejas, sino que, seguramente, generaría una crisis de legitimidad de los resultados electorales nunca antes vista, indeseable y francamente perturbadora.

Más allá de esos pronósticos ilustrativos, y con base en el número de casos efectivamente acreditados y resueltos por la autoridad jurisdiccional, en materia de compra y coacción de votos, es urgente tomar medidas enérgicas para contener esas prácticas. No sólo afectan la equidad y la legalidad en los procesos electorales sino la propia legitimidad de las autoridades que resultan electas de esos procesos.

Deben aplicarse diversas acciones de tipo electoral, político y social, para contenerlas, entre otras: sanción enérgica a partidos y candidatos que fomentan o incurren en esas acciones; sanción ejemplar a los servidores públicos que participen en ellas; educación cívica  intensa, en todos los niveles, para fomentar el cuidado del voto; actuación de las autoridades electas acorde con sus ofertas de campaña y, sobre todo; mejora de las condiciones de vida de la población que se ve expuesta al ofrecimiento de dadivas o a las amenazas para el ejercicio de su voto.

Más relevante aún es que se establezca, como sanción, que los candidatos a quienes se acredite responsabilidad por amenaza a los votantes o compra de votos, no ocupen el cargo para el que fueron electos. Hay que recordar que una pena similar se aplica cuando algún precandidato o candidato a cargo de elección popular excede el tope de gastos destinado a su precampaña o campaña. La sanción establecida consiste en la pérdida de su registro, conforme a lo dispuesto en el artículo 445, párrafo primero, inciso e) de la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales (LGIPE).

En resumen: ¿por qué debemos sancionar de modo extremo la compra y coacción del voto? En primer lugar, porque al violar las reglas de la elección, basadas en la libertad y secrecía del voto, el triunfo es injusto e ilegal. Segundo, porque al tomar ventaja abusiva sobre otros contendientes, no han existido condiciones equitativas en la contienda y su triunfo es, en consecuencia, ilegítimo. Tercero, porque al quedar impunes sus actos ilegales, mandan un mensaje erróneo a la sociedad en el sentido de que hacer trampas, sí reditúa. Finalmente, porque con esta conducta menosprecian la opinión de los votantes, pues si para ser electos no les ha importado la opinión de éstos, y recurren a esas prácticas que vulneran su libre decisión, es de esperarse que, durante su mandato, tampoco les importará esa opinión.

Para que nuestras autoridades electas sean legítimas, sus triunfos deben estar basados en la equidad de la contienda electoral y en el sufragio efectivo. Esto, sin duda, fortalecería nuestro régimen democrático representativo.

¿Voto por Internet, sin casilla? No, gracias. Ojos que no ven, corazón que no siente.

Rodolfo Torres (21/08/2016)

¿Es conveniente el voto por internet? La respuesta inmediata es: No. Nuestro sistema político-electoral no está diseñado para utilizar este medio de votación.  Me explico.

Nuestro sistema de representación política determina ciertos atributos del voto, que se expresan en nuestra Constitución General: el voto debe ser universal, libre, secreto y directo. Es universal para que prevalezca el principio de un ciudadano, un voto; lo que materializa el principio de igualdad política. Es directo para que se refleje de manera inmediata, sin intermediación, en nuestra representación política; a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, en los Estados Unidos, en que el voto popular elige electores, quienes a su vez eligen al Presidente de ese país. Debe ser libre y secreto a fin de que no haya lugar a la coerción para el votante. Es decir, para que el elector no pueda ver orientada su decisión por un tercero. La secrecía, por su parte, al imposibilitar que alguien conozca el sentido del voto ciudadano, evita que ningún elector pueda ser sujeto de represalias. Para que el voto sea libre debe ser secreto.

En el modelo de votación presencial –es decir, en que el elector acude a su casilla-, el ciudadano tiene las condiciones de privacidad e intimidad que aseguran la libertad y la secrecía de su voto (ver “Voto de mexicanos en el extranjero. Secretos: ni decirlos ni escucharlos, en La Crónica de hoy).

En el caso del voto por Internet, sin casilla, la autoridad electoral está impedida materialmente para controlar el entorno en el que vota el ciudadano, pues éste puede ser ejercido desde: el hogar, la escuela, un lugar de trabajo o establecimiento público comercial. Bajo este esquema: no se puede asegurar que quien vota, sea necesariamente el ciudadano autorizado para hacerlo; no se puede saber si está siendo observado o, incluso, coaccionado. En suma, no hay garantía de que el voto sea realmente secreto y libre.

El argumento principal de quienes sostienen que el voto por internet puede ser libre y secreto, se basa en una comparación entre una transacción bancaria y el voto por internet. Señalan que, así como el ciudadano no comparte su contraseña bancaria, tampoco compartirá su contraseña para votar. Se adscribe, así, al votante la responsabilidad sobre el uso de su contraseña.

Este argumento es endeble por dos razones: la primera, porque no debe transferirse al ciudadano la responsabilidad que corresponde a las instituciones electorales, quienes están obligadas a que, en todas y cada una de sus actuaciones, y disposiciones reglamentarias y operativas, se garanticen los atributos del voto. Es decir, la custodia de los elementos necesarios para que el ciudadano pueda emitir su sufragio libremente vía internet sería obligación de la autoridad electoral (INE y OPLES, en su respectivo ámbito de atribución).

En segundo lugar, porque nadie en su sano juicio compartiría su contraseña de cuenta bancaria, pues podría tener un efecto directo e inmediato sobre su patrimonio. No es el caso de las contraseñas que se emiten para ejercer el voto por Internet, pues el ciudadano podría ser sujeto de amenazas, o del ofrecimiento de dádivas a cambio de la entrega de su contraseña. En caso de amenazas: ¿sería responsable legalmente el ciudadano por compartir sus contraseñas de votación? La respuesta positiva sería aberrante; a más de ser amenazado, el ciudadano sería objeto de sanción.

Sin duda debemos modernizar los procesos electorales, pero debemos hacerlo sin menoscabo de la certidumbre y la credibilidad que merecen esos procesos y las instituciones electorales.

Prescindamos del PREP Quien bien gane, bien gaste, pero no malgaste.

Rodolfo Torres (31/07/2016)

El Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP) se instrumentó, por primera vez en 1991 en tiempos de nuestra transición democrática, con dos finalidades principales: inhibir pronunciamientos de triunfos inciertos y brindar confianza a los electores, quienes podrían comparar los resultados del PREP con los que se exponen afuera de las casillas poco después de su cierre.

El PREP emite resultados que comienzan a transmitirse, usualmente, a partir de las 20 horas del mismo día de la jornada electoral, pero no son los resultados oficiales de la elección. Y requiere, para su funcionamiento, un cúmulo importante de recursos: personas que capturan los datos de las Actas de Escrutinio y Cómputo levantadas en las casillas; numerosos procedimientos operativos; equipos de cómputo y software, escáners y otros equipos periféricos.

El PREP no es un instrumento de predicción de resultados electorales, pues el orden en que las actas son capturadas depende de la hora en que éstas llegan a los puntos de acopio. En consecuencia, durante su operación puede haber variación respecto de quienes encabezan la elección en un momento determinado. Por otra parte, antes de su difusión, se valida que las actas cumplan un número determinado de criterios de congruencia, previamente establecidos (por ejemplo que la suma de las boletas extraídas de la urna más las boletas sobrantes, no sea mayor al número de boletas disponibles al inicio de la votación). Por último, el PREP ha sido la causa de agudas confrontaciones políticas (en particular en la elección del 2006).

Pero ¿cuánto cuesta el PREP? Si sumamos lo que se gasta en elecciones locales más lo que se gasta en la elección federal, se obtiene un monto que se estima superior a los trescientos millones de pesos (por ofrecer una cifra conservadora; la cantidad puede ser mayor).

Ahora bien ¿De que modo podríamos prescindir del PREP? Hay que recordar que la fuente de información del PREP y del sistema de cómputos distritales, que ya actúa en cada elección, es la misma: las actas de escrutinio y cómputo de casilla. Una ruta facible sería adecuar el sistema de cómputos distritales para que opere en lugar del PREP. En el año 2003, en las elecciones locales de la Ciudad de México, instrumentamos ese enfoque debido a contingencias en el funcionamiento del PREP (que en aquella ocasión el Instituto Electoral del Distrito Federal (IEDF) había contratado con una empresa externa). Fue el sistema de cómputos distritales el que proveyó de información a los resultados electorales preliminares. En el año 2006, el IEDF estableció esa estrategia de manera formal denominándola Programa de resultados electorales parciales.

Ningún ahorro viene de manera gratuita. Es fundamental la participación del Poder Legislativo para que se modifique la normatividad, de tal manera que el cómputo distrital inicie el mismo día que concluye la jornada electoral; actualmente no hay razón para esperar hasta el miércoles siguiente.

En resumen ¿podemos prescindir del PREP? La respuesta es: Sí. En primer lugar porque el eventual vacío de información entre la fecha de la jornada y la fecha en que concluyan los cómputos distritales se llenaría con la información de los conteos rápidos, organizados, en el ámbito de su competencia, por el Instituto Nacional Electoral (INE) y los organismos públicos locales electorales. En segundo lugar, porque tendríamos resultados del sistema de cómputos distritales que, a diferencia de los resultados del PREP, sí serían oficiales. Finalmente, obtendríamos un ahorro extraordinario en la organización de las elecciones.

Es apreciable tener procesos electorales ciertos y, si es posible ¿porqué no?, también más económicos.

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