Rodolfo Torres (04/06/2017)
A propósito del día mundial de Internet, celebrado el miércoles de la semana que concluye, se organizaron foros que, desde diversas perspectivas, analizaron las profundas transformaciones que su irrupción ha provocado en nuestra vida diaria. Una de las vertientes fue la eventual regulación por el INE de mensajes político-electorales. Al hablar de regulación nos referimos al establecimiento de reglas para su uso; no a la prohibición de acceso a ciertos sitios.
En esta entrega nos ocupamos de dos atributos de Internet, y de diversos incentivos, que convierten a esa regulación en un reto formidable. En cuanto a los atributos tenemos: su gobierno (entiéndase: la ausencia de éste) y el modo en que intercambia la información. En cuanto a los incentivos están los que empujan la conversión de los medios tradicionales de radio y tv hacia internet.
Hoy día existe un conjunto de computadoras -interconectadas a nivel mundial- que para el intercambio de información utilizan un protocolo de comunicaciones basado en TCP/IP (Transmission Control Protocol/Internet Protocol). Se trata de la red de redes – privadas, públicas, académicas, de negocio y de gobierno, de alcance local y global- que se denomina, simplemente, Internet. Tiene su origen en un proyecto que, patrocinado por el gobierno norteamericano en 1960, buscaba construir redes (de computadoras) tolerantes a fallos. La primera columna vertebral de esa red fue construida por una oficina del Departamento de Defensa norteamericano (ARPA); en los años 80s, se sumaron a ella centros de educación y de investigación. La incorporación, en los 90s, de redes privadas y de negocios marcó el inicio de la transformación de esa red hacia lo que hoy nos es tan familiar.
Para entender la ausencia de gobierno de Internet, debe tenerse en cuenta que la red de redes tiene una arquitectura tecnológica no centralizada; distribuida. Ello, a partir de la premisa original de que una red con control central es mucho más vulnerable a un eventual ataque (militar o de otro tipo) que otra con control distribuido. Es por ello que no existe un ente que decida por sí sólo en la red, es decir, una autoridad central que imponga criterios de obligada observancia o que pudiera sancionar los casos de desatención a una norma. Lo más cercano a una entidad de gobierno es el ICANN (Internet Corporation for Assigned Names and Numbers), sin embargo, este ente no controla el contenido de red, no puede detener el correo basura y no gestiona los accesos. ICANN sólo coordina el sistema de nombres de Internet (lo que tiene –hay que decirlo- una importancia extraordinaria en la expansión y evolución de ese medio). Actualmente, se desarrollan debates acerca de si debiera existir un organismo que ejerciera el control de Internet (algunos, a contrapelo de numerosas opiniones, proponen que podría ser la ONU). No obstante, el debate no parece tener una conclusión cierta ni cercana; ni siquiera en el mediano plazo.
A diferencia de un modelo de comunicación centralizado (como el que caracteriza a los medios de comunicación tradicionales como la radio y la televisión) en el que existe un solo emisor activo y múltiples receptores pasivos, Internet opera con un modelo de comunicación distribuido. En él conviven múltiples emisores y receptores, ambos activos (pues pueden interactuar de modo directo e inmediato entre ellos).
En lo que se refiere a los incentivos que favorecen el uso de Internet tenemos que, según un estudio publicado por la revista Forbes, los mexicanos creemos más a los medios digitales que a la televisión. Lo que, desde el punto de vista comunicacional, parece inaudito pues, en contraste con las redes sociales, esos medios tradicionales invierten ingentes recursos para validar las noticias que emiten. Sin embargo, ello podría explicarse debido a que los usuarios, principalmente de redes sociales, trasladan a la noticia el monto de credibilidad que les aporta el emisor que -como en el caso de Facebook- pertenece a su círculo de confianza. Pero los incentivos no terminan ahí. En materia de noticias de prensa, diversos medios luchan por mantener su difusión impresa, mientras que otros ya, de plano, otorgan mayor relevancia a sus versiones digitales.
A lo anterior hay que sumar la penetración creciente que en el mercado actual tiene el video por demanda, tanto de series como de películas, así como la ubicuidad de los teléfonos inteligentes (que se han convertido en el principal medio para acceder a los recursos que brinda internet). Todo ello propicia una tendencia que parece irremediable: la migración creciente de recursos desde los medios audiovisuales centralizados hacia los medios distribuidos basados en Internet.
Además en México, según datos de la Asociación de Internet, para 2017 existen 70 millones de usuarios. De los que 9 de cada 10 internautas interesados en la democracia utilizan esa vía para estar informados, y lo hacen principalmente por redes sociales (97 por ciento), sitios de noticias (79), y buscadores (74). A lo anterior hay que agregar que las técnicas que hoy día utiliza el marketing aprovechan Internet de modo tal que la convierten en una herramienta superior a los medios audiovisuales tradicionales. Esos incentivos, y la carencia actual de regulación, provocarán que los partidos políticos y candidatos desplacen mayores recursos, que los que ahora destinan, hacia Internet.
La indispensable equidad en las contiendas y la libertad de expresión obligan a atender sin dilación este fenómeno (en ello abundaremos en nuestra próxima entrega; en dos semanas).