Rodolfo Torres (29/03/2020)
La pandemia del Coronavirus nos enfrenta a escenarios inéditos que, además de a la salud física de los individuos y las comunidades, atañen a la salud económica y financiera de los países. El pasado 26 de marzo se llevó a cabo una teleconferencia de líderes de las principales economías del mundo, agrupadas en el denominado G20, que tuvo como tema central la ejecución de acciones coordinadas para proteger la vida de las personas y salvaguardar la economía mundial. Como se sabe, el G20 es un foro internacional que agrupa a gobiernos y bancos centrales de 19 paises, más la Unión Europea, que fue fundado en el año de 1999 con el objetivo de promover la estabilidad financiera. México pertenece a esa agrupación.
En dicha reunión el presidente de México sostuvo que, frente a ese reto colosal, debe reconocerse y fortalecerse la participación de la familia pues, a lo largo de la historia, ha sido ésta la principal institución de seguridad social. Que para atenuar el impacto económico en la población, debe darse preferencia a los pobres, a las micro empresas, y a quienes viven en la economía informal. Finalmente, hizo un llamado para que la ONU intervenga para garantizar el acceso a medicamentos y equipos que, por ahora, son acaparados por quienes tienen mas recursos económicos; para que las grandes potencias pacten una tregua que evite la imposición de políticas arancelarias unilaterales; y para que se fortalezca el trabajo coordinado a fin de estabilizar los mercados financieros.
En esa reunión, la directora del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva declaró que se prevé una contracción del producto mundial en 2020 y una recuperación en 2021. Aunque aún se desconoce la profundidad de la contracción y la rapidez de la recuperación pues, señaló, dependerá de la velocidad de contención de la pandemia y de la solidez y coordinación de las medidas de política monetaria y fiscal. Señaló que las economías de los mercados emergentes y en desarrollo son particularmente vulnerables por la combinación de crisis de salud, interrupción repentina de la economía mundial, fuga de capitales (desde el inicio de la crisis, los inversionistas ya han retirado 83 mil millones de dólares de los mercados emergentes) y por la caída brusca de los precios de las materias primas (el petróleo entre ellas).
Por su parte, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD), al evaluar el impacto del confinamiento completo en diversos países, para México, Alemania, España y Suecia estima un descenso potencial de la actividad en un 29%. Según su estimación, el PIB de una semana es aproximadamente el 2 por ciento de de todo el año. Calcula que por cada mes de confinamiento las economías sufrirán una pérdida de dos puntos del producto interno bruto.
Sabemos que para evitar la propagación del contagio es indispensable el aislamiento de la población. También somos concientes de que son inevitables los perjuicios económicos que ello trae consigo. Corresponde a nuestras autoridades sanitarias determinar, con la mayor precisión posible que permita lo inédito e incierto de nuestro momento actual, la duración del aislamiento que, iniciado parcialmente hace varios días, ahora requiere reforzamiento. El confinamiento es crucial, no hay dudas, para aminorar afectaciones a la salud y reducir los consecuencias funestas para las personas y para la economía.
Sabemos que no todos pueden aislarse. Quienes se ocupan en actividades que hacen posible la subsistencia de la población: alimentación, agua, energía, salud, seguridad, limpieza, entre otras, no pueden ni deben hacerlo. Tampoco pueden hacerlo, por desgracia, quienes viven al día. Pero quienes sí podemos, estamos obligados a ello; no es opcional.
De acuerdo con datos de la Organización Mundial de la Salud, con corte al 28 de marzo de 2020, en el mundo se habían presentado 571 mil 678 casos y 26 mil 495 muertes. Por país, el mayor número de casos ha ocurido en Italia con 86 mil 498 casos, le siguen los Estados Unidos con 85 mil 228 casos. En el lugar 25 está Dinamarca con 2 mil 46 casos. En esa lista de 25 países no aparece México, en donde, hasta el viernes pasado, se contabilizaban 717 casos y 12 fallecimientos. Lo que muestra el ejercicio comparativo es que, en nuestros país, se ha mantenido hasta hoy una relativa contención. Desde luego, lejos de que este delimitado freno al progreso exponencial de la enfermedad pudiera hacernos bajar la guardia, constituye una razón adicional para mantenernos en la observancia cabal de las disposiciones que emiten nuestras autoridades sanitarias. Con ello es previsible, todavía, la posibilidad de achatar la curva de incidencias y evitar el colapso del sistema sanitario que haría inmanejable la concurrencia de un número muy elevado de casos y provocaría, irremediablemente, más víctimas fatales.
Somos conscientes ahora, más que nunca, de que nuestra salud personal depende de la salud de los otros; si los otros se enferman es más probable que nosotros también sucumbiremos. Porque la salud o es pública o no lo es.