Rodolfo Torres (13/05/2018)
Una buena elección exige, de todos, votar
Los presagios respecto a la elección en curso no son alentadores. La actuación parcial de algunas autoridades locales que niegan a discreción la ocupación de plazas públicas para la realización de actos de campaña de sus opositores, la violencia que sega la vida de candidatos, la menguada credibilidad de las autoridades electorales, así como el agudo encono entre los contendientes (que rebasa con creces el límite del fuerte contraste y la salud de la democracia) son factores que, en efecto, nublan el horizonte. Aunque no es ese un destino que deba cumplirse fatalmente. La participación ciudadana puede poner a flote un barco que, por ahora, parece a la deriva.
Para que tengamos una buena elección, en la que el proceso electoral transcurra y arribe a buen puerto, es condición necesaria que todos los implicados asumamos cabalmente nuestras responsabilidades: gobierno, autoridades electorales, actores públicos, partidos, candidatos, y ciudadanos.
Es menester que quien ocupe algún cargo público, en cualquiera de los tres niveles de gobierno (federal, estatal o municipal), se inhiba de canalizar cualquier tipo de recurso público para beneficiar o para perjudicar a cualquier partido o candidato. El gobierno, en su conjunto, tiene, además, la difícil labor de garantizar condiciones de seguridad apropiadas, en todo el territorio nacional, para que la contienda electoral se desarrolle pacíficamente. Desde septiembre de 2017 y hasta la fecha, se han registrado altos niveles de violencia en nuestro país contra personas que ocupan, ocuparon, o se postulan para ocupar cargos públicos. Sólo de precandidatos y candidatos se ha denunciado el asesinato de 36 personas.
Por actores públicos me refiero a quienes, como el suscrito, tenemos el privilegio de dirigirnos a la población desde una tribuna pública, sea ésta impresa, radiofónica o televisiva. Partiendo de la premisa indiscutible de que es nuestro derecho constitucional expresar nuestras ideas con libertad, también lo es que coadyuvamos a la paz social cuando lo hacemos con respeto a la dignidad de todas las personas y cuando nuestro discurso prescinde de palabras de odio que intimiden o denigren a quienes piensan diferente.
Una de las tareas primordiales de la autoridad electoral es vigilar que, tanto el gobierno como el resto de los actores, no trastoquen con sus actos la equidad de la contienda, que es un bien fundamental de los procesos electivos democráticos. Pero la autoridad electoral tiene además la compleja tarea de organizar las elecciones y, al hacerlo, debe garantizar que los ciudadanos ejerzamos libremente nuestro voto, sin dejar espacio para las amenazas y la coerción, y que nuestro voto sea, además, cabalmente respetado.
Partidos y candidatos, por su parte, tienen la obligación de conducir sus campañas con absoluto respeto al marco legal, sin buscar ni obtener primacías al margen de la ley que los posicione ventajosamente frente a los demás. Ésta es, quizá, dirán muchos, una aspiración vana (y no les faltará razón dados los abultados precedentes) si se considera que hoy día se ha potenciado el aprovechamiento de resquicios legales, de compadrazgos y prácticas fraudulentas para obtener ventajas en todo espacio competitivo, sea éste político, económico o social.
Pero somos los ciudadanos quienes, a pesar de ese entorno adverso, podemos fortificar nuestra vida pública, sin importar cuál candidata o candidato sea de nuestra preferencia. Podemos hacerlo si atendemos a nuestra responsabilidad de ejercer nuestro voto y si en absoluta mayoría acudimos a las casillas a votar.
Debemos hacerlo por varias razones. La primera, porque nuestro voto cuenta. En contraste con lo que ocurría en épocas pasadas en que predominaba un sólo partido en el espacio político, y que el resultado de la elección estaba predeterminado, hoy día el voto mayoritario es el que decide el resultado de la elección.
La segunda, porque al cobijo de la mampara en la casilla, el voto de cada ciudadano, ejercido en secrecía y en libertad, vale lo mismo. En ese espacio no hay lugar a la superioridad ni a la subordinación. Una persona, un voto.
La tercera, porque se trata del más amplio ejercicio de participación social en que la mayoría determina el futuro que desea para el país, la comunidad y el entorno familiar.
Pero la razón primordial es, quizá, la de que votar constituye una acción personal que nos dignifica; la participación en la elección significa el reconocimiento de que podemos tener opinión, de que esa opinión es valiosa y ha de contar. No deberíamos dejar lugar a la duda respecto de que la suma mayoritaria de nuestras opiniones será la que impere para designar el próximo lapso de gobierno.
La presencia de una absoluta mayoría ciudadana en las casillas en estas elecciones será fundamental, entre otras cosas, porque emitirá un mensaje inequívoco, claro y contundente, de que debe respetarse el resultado de las elecciones; habrá de hacerse valer la voluntad ciudadana que se manifieste en las urnas.
Será también crucial que el sentido de nuestro voto no se subordine a la decisión de terceros y que, la participación ciudadana, masiva y libre, sirva para combatir los actos ilícitos asociados a la contienda; que sirva ésta para apoyar y exigir las acciones que debieran emprender las autoridades contra quienes minan la libertad del voto vía la compra y la amenaza a los ciudadanos.
En todas las elecciones la voz que debe dominar es la de las y los ciudadanos libres; más, quizá en ésta, en que las condicione están dadas para evitarlo.