Votación postal y pandemia

Rodolfo Torres Velázquez (8/11/2020)

Es probable que, para cuando usted lea estas notas, ya se hayan dado a conocer los saldos de la elección en los Estados Unidos. Sin embargo, los resultados definitivos se conocerán hasta dentro de unas semanas; sólo hasta que los recursos legales -que tendrán como eje el voto postal- sean eventualmente resueltos por la Corte Suprema de los EEUU.

La ampliación del voto postal fue la respuesta que se dio en los EEUU ante el escenario de riesgo elevado para la salud derivado de la pandemia. A diferencia de lo que ocurrió México, donde el INE optó por mantener el modelo vigente acompañado de medidas sanitarias que, lamentablemente, no sólo no eliminaron el riesgo para la población y para los funcionarios electorales, sino que, además, produjeron un incremento de la abstención. En las elecciones en Coahuila sólo acudió a las casillas el 39 por ciento de los electores.

Aunque el ejercicio del voto postal en los EEUU data de hace más de un siglo y medio -fue utilizado por primera vez con motivo de la Guerra Civil de ese país durante los años 1861-1865-, su relevancia aumentó con motivo de la pandemia. En estas elecciones, al menos, tres cuartas partes de los potenciales votantes norteamericanos fueron habilitados para ejercer el voto postal. El mayor número en toda la historia de los EEUU. Se estima que 80 millones de electores usaron esa vía. Cifra que, por otra parte, es muy cercana a la lista nominal de electores en México (de alrededor de 90 millones).

Ese elevado número puso en jaque al Servicio Postal de ese país cuya eficacia se ha visto cuestionada respecto de la oportunidad en la entrega de esos votos a las autoridades electorales de estados clave como: Georgia, Pennsylvania, Michigan, North Carolina y Wisconsin, según reportes de la cadena norteamericana CNBC.

La disputa por el voto postal no es novedosa. Hay precedentes de controversias de ese tipo en los EEUU: en 2018 quedó vacante por nueve meses un asiento de la Cámara de Representantes. En otros países también ha ocurrido, por ejemplo, en diciembre de 2016, Austria tuvo que volver a las urnas para elegir presidente debido a que en mayo de ese año sus elecciones presidenciales fueron anuladas por el Tribunal Constitucional debido a irregularidades en el recuento del voto postal.

El modelo de voto postal en los EEUU afrontó, en las elecciones recientes, diversos desafíos: 1) que las boletas llegasen con oportunidad a los votantes pues, de no arribar a tiempo, el votante no podría ejercer su derecho al voto; 2) en varios estados sólo son admisibles los sobres marcados con una fecha límite predeterminada, aun en ese caso, el servicio postal debió asegurar el arribo oportuno de los votos a fin de no retrasar su cómputo; 3) errores de llenado del formulario o de su lectura provocan que votos legítimos no sean computados. Esto ocurrió ya antes, en el 2018 el 8.2 por ciento de los votos no fueron computados; en 2016, en Georgia, el 6.4 no fueron contados.

Es razonable que cualquier servicio postal se viese abrumado por el elevado volumen de entregas. La solución propuesta por algunos ha sido que el voto se emita con varias semanas de anticipación. Lo que significa un reto añadido, pues los votos se emitirían en contextos políticos diferentes al propio del día de la votación en las casillas. En México, por ejemplo, los mensajes electorales están prohibidos desde tres días anteriores a la elección con el propósito de permitir una pausa de reflexión detenida previa a la emisión del voto.

Con base en datos publicados por el New York Times, en todos los estados del vecino país se admite el voto postal, aunque su facilidad de acceso es diferenciada. En nueve estados y en la capital se envía, con anticipación a la elección, una boleta a cada votante registrado. En 34 estados, los votantes pueden justificar su ausencia de las casillas por motivo de la pandemia, o pueden solicitar su boleta postal sin especificar razón alguna. En 9 estados cada votante registrado recibe automáticamente un formato de solicitud que le permite pedir su boleta postal. En 25 estados los propios votantes deben procurarse el formato de solicitud para pedir el voto postal. Mientras que en 7 estados (destacan Nueva York y Texas) los votantes deben aportar una razón válida, que no sea la pandemia, para ausentarse de las casillas y así poder ejercer su voto postal. En suma, 27 estados de ese país, de alguna manera, expandieron el acceso de los electores al voto postal.

La disputa sobre los resultados puede llegar a manos de la Corte Suprema de los EEUU. Ya el pasado 6 de noviembre ese órgano emitió una orden directa a oficiales encargados del cómputo de la elección en Pensilvania para que separasen todos los votos postales que arribaron con posterioridad al día de la elección, aunque no ordenó que esos votos no fueran computados.

Lo cierto es que el elevado volumen del voto postal ha infligido un severo golpe a la credibilidad por el retraso en la obtención de resultados.

En estas páginas, de manera reiterada, he señalado que el voto no presencial, como es el caso del postal (u otros por internet), compromete las certezas sobre la secrecía del voto dada la ausencia del cobijo que brindan las mamparas y la vigilancia en las casillas.

Con independencia de la certidumbre que brinde el cómputo de los votos postales en los EEUU, que sólo compete a los ciudadanos norteamericanos resolver, esta experiencia, para muchos desastrosa, hará volver rápidamente los ojos a otras alternativas, entre ellas al voto por internet. Dada la persistencia de la pandemia y a que las versiones actuales de ese mecanismo de votación adolecen de las garantías de secrecía plena, es urgente analizar alternativas. Tanto el Poder Legislativo, como las autoridades electorales, todas las instancias responsables de asegurar las garantías de los votantes y cualquier ciudadano interesado, deben abocarse con celeridad a esta discusión y al análisis de su mejor resolución. El uso de la tecnología de cadenas de bloques (mejor conocida como blockchain) acompañada de una indispensable reingeniería del sistema de identidad electoral es una luz en ese túnel. Pongamos manos a la obra.

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