Rodolfo Torres (29/12/2019)
El año 2020, que está por comenzar, estará marcado por tres temas clave. Dos de ellos de escala mundial y uno de carácter nacional.
La guerra comercial en curso, entre los Estados Unidos y China, ha dejado su huella no sólo por su evidente efecto en la desaceleración económica mundial, sino porque ha inducido un nuevo tipo de arreglo comercial internacional basado en el rompimiento de acuerdos globales y en el reforzamiento o creación de acuerdos regionales o bilaterales. A partir de la presidencia de Donald Trump, los Estados Unidos han hecho pública la constatación de que el comercio global mundial abierto les ha resultado desfavorable. El principal vencedor ha sido China; y lo ha sido gracias a su alta capacidad de innovación y a su elevada productividad (de la que no han estado ausentes los bajos salarios, el deterioro ambiental, el apoyo gubernamental y su aguzado manejo monetario). La declinación de los Estados Unidos de su rol mundial predominante, mediante su política de America First, ha favorecido una visión aislacionista que ha inducido su alejamiento de foros globales o regionales, pero de relevancia mundial, como el acuerdo de París o el mecanismo de defensa de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Un claro ejemplo de la apuesta de los EEUU por los acuerdos regionales es el T-MEC. Aunque también lo son los acuerdos bilaterales que ese país ha signado con Japón y con la India; y el que en fecha próxima firmará con el Reino Unido, a partir de la aprobación del Brexit.
La pérdida de protagonismo de los EEUU en el comercio global se ha visto acompañada, además, de su negativa a renovar acuerdos de contención armamentista con Rusia pues, ha dicho, esos acuerdos no obligan actualmente a terceros países, no sólo a China, sino a otras naciones con inusitada capacidad destructiva. De ese modo, el afán por la supremacía armamentista mundial se ha desatado y ahora mismo se ha alcanzado un nuevo escalón en la capacidad mortífera del armamento disponible. En la semana que apenas concluye, Rusia ha divulgado que cuenta con capacidad operativa para disponer de armas que superan en 20 veces la velocidad del sonido, lo que las vuelve indetectables por los sistemas de defensa existentes. China ya había anunciado la posesión de un tipo similar de armas hipersónicas, y ahora despliega una capacidad sin precedentes en aguas del Océano Pacífico. Corea del Norte, por su parte, ha realizado, según su dicho, pruebas exitosas con armas atómicas de nueva generación que le permiten alcanzar territorio estadounidense. Más allá de que esas noticias se confirmen como verdaderas, lo cierto es que detonan una nueva carrera armamentista que toma mal parado a los Estados Unidos. La reducción de impuestos que instrumentó la presidencia de Trump y el abultado endeudamiento de ese país reducen notoriamente su capacidad para inyectar recursos a esta nueva carrera. Su eventual intención de manipular el valor del dólar para allegarse recursos para ese fin es inviable, pues afectaría el valor de las reservas monetarias de la mayoría de los países del mundo (que están denominadas en dólares) con la consecuente estampida por la búsqueda de nuevos referentes monetarios, además del impacto negativo que tendría en el valor de los bonos del tesoro de los EEUU, y la afectación para el conjunto de sus variables económicas. Imposible desestimar la importancia de que China sea el principal prestamista de los EEUU. Este escenario hace recordar que, en las décadas 80 y 90 del siglo pasado, uno de los factores que hizo implosionar a la vieja URSS (de la que era parte preponderante Rusia) fue el colapso de su economía, que tuvo como uno de sus componentes principales los elevados costos de la carrera armamentista de aquella época.
En el ámbito nacional, el año 2020 estará marcado por el arranque anticipado de las campañas electorales del 2021. Desde ahora se observa, en las redes sociales y otros medios tradicionales, el inicio de campañas que buscan menguar los cimientos emocionales que abrigan los simpatizantes del actual gobierno. Lo que no es de extrañar, pues la oposición finca su viabilidad en los resultados del 2021 para la sucesión presidencial del 2024. Aún más, de esos resultados depende la vigencia de los partidos actuales. Los comicios del 2021 no sólo erigirán a integrantes de la Cámara de Diputados Federal, también se votará por quienes encabezarán 15 gubernaturas estatales. Como se sabe, la Cámara de Diputados (además del Senado de la República) es crucial para dotar de eficacia al ejercicio de gobierno y de ello depende la percepción que tiene la opinión pública respecto de la aptitud de sus gobernantes. Además, los ejecutivos de las entidades federativas, dado nuestro particular modelo político, son cruciales para preservar o acrecentar el número de votantes efectivos en las elecciones locales y federales. Por todo esto, a lo largo del año 2020, padeceremos una avalancha insufrible de mensajes con intencionalidad electoral. Ello demandará de las autoridades electorales, INE y TEPJF, el dotarse de los instrumentos normativos necesarios para una cuidadosa, oportuna, y eficaz atención de esos asuntos y para sofocar campañas anticipadas que afecten la equidad de las contiendas electivas.
Son mis mejores deseos para este año que comienza, que el entorno incierto en el que estamos inmersos desde hace algunos años, y que no nos dará tregua en 2020, nos encuentre con actitud inteligente, serena y prudente para impedir vernos arrastrados por intereses mezquinos, ya sean éstos globales o locales, y que nos permita actuar, en la medida de nuestra capacidad, para que prevalezca la salvaguarda del interés general.