Rodolfo Torres (20/01/2019)
Ni la contradicción es indicio de falsedad, ni la falta de contradicción es indicio de verdad. Blaise Pascal
La respuesta de la población ante al desabasto de gasolina, reflejada por diversas encuestas, que inició con motivo del cierre de ductos el pasado 21 de diciembre, es una muestra palpable del cambio de tiempos políticos.
A contrapelo de quienes esperaban (algunos incluso lo fomentaban) el derrumbe de la imagen presidencial como consecuencia de las molestias causadas por las largas filas que había que realizar para cargar gasolina, esos eventos tuvieron el efecto contrario, y la aceptación a las medidas tomadas fortaleció considerablemente la imagen del nuevo gobierno. Las cifras en ese sentido son elocuentes.
Por ejemplo, la encuesta nacional realizada por De las Heras Demotecnia consigna que el 72 porciento de los encuestados cree en la afirmación del presidente de que el cierre de ductos era necesario para combatir el robo de combustible. El 80 porciento acepta que hay que pasar por esas condiciones con tal de acabar con el robo de combustible. El 65 porciento mejoró la opinión que tenía del presidente y su gobierno.
La encuesta realizada por Consulta Mitofsky muestra que el 70 porciento de los encuestados acepta que el gobierno ha explicado por qué no hay gasolina en diversos lugares del país. Al 55.9 le convenció la explicación. El 56.7 porciento cree que las medidas tomadas por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador en relación con el cierre de los ductos vulnerados por el robo de gasolina son adecuadas y pertinentes, aunque hayan ocasionado problemas de distribución del líquido. Ante la disyuntiva de apoyar al gobierno o exigirle otras formas de combatir el huachicoleo, el 50 porciento opta por el apoyo y el 39.9 por la exigencia de regularizar de inmediato el suministro de gasolina y que el gobierno busque otras formas de combatir el hurto de combustible.
De acuerdo con un sondeo nacional realizado por el periódico El Financiero, el 89 porciento de los encuestados respalda el plan del presidente contra el huachicoleo (en la Ciudad de México el apoyo es del 92 por ciento). De acuerdo con esa encuesta, el 76 porciento aprueba el trabajo que está haciendo AMLO como presidente de México.
En la encuesta de Gabinete de Comunicación Estratégica se anota que el 76.9 porciento está de acuerdo con el cierre de ductos y distribución a través de pipas. El 81.5 considera que las medidas tomadas son efectivas. Esa encuesta estima que aumentó en un 12.8 porciento la opinión positiva de AMLO.
Por su parte, la encuesta nacional del periódico Reforma muestra que el 62 porciento está de acuerdo con el cierre de ductos para combatir el robo de gasolina. El 50 porciento confía en que el gobierno de AMLO logrará acabar con el robo de combustible. El 73 porciento considera preferible acabar con el robo de combustible, aunque no haya gasolina por un tiempo. El 63 porciento le cree al gobierno federal cuando dice que la falta de gasolina se debe al cierre de ductos para combatir el huachicoleo.
Las cifras de aprobación son notables y no se ajustan al patrón tradicional que, frente a toda acción que provoca algún grado de afectación a un segmento de la población, hace corresponder una reacción de desafecto a la imagen del gobierno ¿Cómo explicar, entonces, ese fenómeno que parece contra intuitivo?
Se han ensayado, en los últimos días, tres explicaciones principales: 1) Se debe al alto grado de aprobación que, per se, tiene el nuevo gobierno. 2) El argumento del combate a la corrupción es poderoso y popular. 3) El gobierno hace un hábil uso propagandístico del tema.
No obstante, ninguna de las tres razones parece bastar para explicar la magnitud del hecho.
Si bien es cierto que existe un fenómeno inercial que pudiera provenir del alto nivel de aprobación de la figura de AMLO, éste no alcanza para explicar el crecimiento del aprecio ciudadano, sobre todo después de un desabasto que, efectivamente, causó altos grados de incomodidad. El segundo argumento, por sí mismo, parece menos plausible, pues se ha utilizado desde tiempos inmemoriales para justificar medidas gubernamentales que no han concitado ese nivel de apoyo. El tercero, también, parece insuficiente. No pongo en duda que un segmento de la población pudiese ser vulnerable a la mera acción propagandística, pero las elevadas cifras de aprobación y su dilatada duración no le dan viabilidad como explicación suficiente para este fenómeno.
La razón principal, a mi juicio, es que a ojos de la mayoría de la población el presidente es, simple y llanamente, creíble. Las acciones que ha emprendido desde antes del inicio de su gestión, que desde diversas perspectivas pudiesen valorarse como correctas o incorrectas, han sido evaluadas positivamente por la población, fundamentalmente, a la luz de su coherencia. Hasta ahora, la mayoría ha ponderado que esas acciones han sido congruentes y, en consecuencia, se ha incrementado el grado de credibilidad del presidente.
A fines de 2018 la empresa encuestadora Parametría consignó que el 83 por ciento aprobaba la forma en que el nuevo presidente realizaba su trabajo, mientras que sólo el 4 porciento rechazaba de manera enfática a este gobierno. Aunado al fenómeno descrito, estas últimas cifras también debieran servir a la oposición, en particular a la que apuesta por la virulencia en su discurso, para valorar si su estrategia es la adecuada para posicionar, de modo efectivo, sus postulados entre la población.