Rodolfo Torres (29/01/2017)
El pasado 20 de enero, Donald Trump tomó protesta como presidente de los Estados Unidos. Inicia su mandato con debilidad política interna y externa; cuenta con apenas el 40 por ciento de aprobación de los norteamericanos y, su discurso agresivo, ha erosionado vertiginosamente el liderazgo político de ese país en el mundo, incluso frente a sus aliados históricos (Alemania, entre ellos). Durante su primera semana de gobierno ya ha detonado acciones dañinas para México.
La campaña de Trump estuvo plagada de tintes nacionalistas cuyo eje propagandístico fue la consigna de que haría grande a América, otra vez. Sus declaraciones (racistas, misóginas, xenófobas) desembocaron en numerosas y abultadas marchas organizadas por mujeres que abarcaron todo el territorio norteamericano y se replicaron en muchos otros países.
La propaganda de ataques a México redituó a Trump poderosos beneficios en la campaña electoral. Como si aún continuara en búsqueda del voto, ya como presidente, volvió a escoger a nuestro país como diana de sus primeras acciones. Parece no hacerse cargo de que el deterioro de la relación México-Estados Unidos generará inestabilidad en materia económica, migratoria y de seguridad, en ambos lados de la frontera.
No podemos desdeñar a los más de 34 millones de personas de origen mexicano en aquel país; ni la evidencia de que su eventual deportación provocaría una catástrofe humanitaria. En cuanto a remesas, de acuerdo con el Banco de México, de enero a noviembre de 2016 el monto acumulado se situó en 24 mil 626 millones de dólares, con un crecimiento de 9.03 por ciento. La ausencia de esas remesas provocaría carencias dramáticas en amplios sectores de nuestro país. Por otra parte, está el hecho de que la región compuesta por los estados situados en ambos lados de la frontera representa la cuarta economía del mundo; cualquier perjuicio a esa zona dispararía: un daño irreparable a los más de 100 millones de habitantes de la región, la migración de mexicanos y un daño monumental a la economía norteamericana.
Trump se plantea cambiar o desaparecer el Tratado de Libre Comercio. Así, sostiene, subsanará el déficit comercial de su país en un monto que ahora equivale a la cuarta parte del total de lo que comercia con México. Parece no advertir que una parte considerable de ese superávit comercial a favor de México regresa como utilidad a compañias extranjeras, principalmente norteamericanas. Nuestra economía depende en más del 68 por ciento del comercio exterior, y de ese monto casi el 64 por ciento depende del intercambio comercial con Estados Unidos. Las cadenas productivas entre los dos países, en particular en las industrias automotriz y electrónica, están fuertemente entrelazadas.
En el ámbito internacional, Donald Trump ha amenazado a países de Asia, Europa y América. El pasado 27 de enero la nueva embajadora de los Estados Unidos ante la ONU, Nikki Haley, -al entregar su credencial de embajadora- declaró que “quienes no nos respalden, que sepan que vamos a apuntar sus nombres, y vamos a responder como corresponda”. Usa un tono pendenciero que en nada favorece el buen curso de las relaciones internacionales.
Por otra parte, las controversias con China comenzaron desde la administración de Obama, cuando el almirante Harry Harris aseguró la disponibilidad de Estados Unidos para enfrentarse a China por lo que llamó “reclamaciones marinas excesivas” del país asiático en el mar del Sur de China. Con la llegada de Trump, las relaciones con China se han tensado aún más. A mediados de enero, el entonces candidato a Secretario de Estado, Rex Tillerson, amenazó, durante su audiencia de confirmación, con bloquear el acceso de China a las islas artificiales que ese país construye en aguas en disputa en el mar del Sur. La prensa estatal de China respondió que, de concretarse esas acciones, se desataría una confrontación.
Contraria a la posición histórica de los Estados Unidos de respetar el principio de una sola China, Trump ha planteado un acercamiento a Taiwán. Además, ha acusado a Pekín de manipular su divisa y ha amenazado a China con imponerle aranceles del 45%. No conforme con esos ataques ha criticado, vía twitter, la construcción de las islas artificiales.
De acuerdo con estimaciones del Fondo Monetario Internacinal, los Estados Unidos ha perdido frente a China, después de 126 años, la primacía de potencia económica mundial. El tono permanentemente belicista de Donald Trump lleva a suponer que aspira a recuperar el liderazgo económico y político con base en la fuerza que brinda a su país el liderazgo militar. De lograrlo, será recordado como #TrumpLordOfWar.
Frente a este panorama y ante el inicio de un reacomodo de los vínculos comerciales globales, México tiene la urgencia y la oportunidad de reforzar sus lazos de intercambio con otros países y regiones del mundo. Tiene a su favor una vasta capacidad en materia logísitica y de redes de comercialización mundial. China es una buena oportunidad para reforzar esos intercambios dada su ubicación como primera potencia económica mundial. Ese país oriental es el segundo socio comercial de México y de América Latina, y el primero de Brasil, Chile y Perú.
Más allá de proclamas, nuestro país debe tomar acciones que lo alejen del papel subordinado que ha ocupado hasta hoy en el mundo. Debemos y podemos transformarnos en actores con capacidad para determinar nuestro futuro. Ello requiere invertir en México y en la enorme valía que tienen sus habitantes.