Rodolfo Torres (22/09/2019)
“Guarda pan para mayo y leña para abril, que no sabes el tiempo que ha de venir.”
Previo a la celebración de la conferencia mundial sobre cambio climático, que se llevará a cabo el día de mañana en la ONU, millones de personas en todo el mundo desfilaron por las principales capitales del planeta para exigir a los líderes mundiales acciones eficaces ante la crisis climática. En todas esas movilizaciones, sobresalió la participación de niñas, niños, adolescentes y jóvenes que demandaron un futuro para el planeta. Se estima la realización de más de cinco mil eventos en 156 países que culminarán el próximo viernes 27 con una huelga mundial. La movilización más notable ocurrió en Nueva York, tanto por el número de participantes (que se estima en más de 250 mil personas), como por ser encabezada por la joven activista sueca Greta Thunberg de 16 años quien, apenas hace un año, en solitario, declaró una “huelga escolar por el clima” que detonó la actual campaña mundial.
De acuerdo con información de la NASA, los científicos atribuyen el calentamiento global al llamado efecto invernadero, particularmente agudizado por la actividad humana. El efecto invernadero tiene lugar a causa de la acumulación de ciertos gases en la atmósfera que impiden la disipación del calor. Entre esos gases se encuentran el óxido de nitrógeno, el metano, el vapor de agua (que actúa como retro alimentador) y el bióxido de carbono. El más importante es el bióxido de carbono que se ha incrementado en más de un tercio desde la revolución industrial por la deforestación, el cambio de uso de suelo y la quema de combustibles fósiles (gasolinas, diésel, combustóleo, gas, y carbón). El óxido de nitrógeno, por su parte, se ha visto elevado por el uso intensivo de fertilizantes, por la quema de biomasa y porque constituye un importante subproducto de la quema de combustibles. El metano se genera, en cambio, por la descomposición de basura orgánica, por diversos cultivos y por el estiércol que produce el ganado, cuyo creciente volumen obedece a la desmesurada demanda de productos cárnicos que exige la dieta de la mayor parte de la humanidad en nuestros días.
Ya padecemos hoy los efectos del cambio climático. Sufrimos un incremento de temperatura atmosférica; una mayor duración de las etapas cálidas que alteran los ciclos agrícolas. En algunas regiones, ha aumentado ya la precipitación de lluvias; en otras, se han agudizado las sequías y las olas de calor, debido a la reducción de humedad del suelo, lo que ha favorecido la iniciación y continuidad de más incendios. Los huracanes se han vuelto más frecuentes, duran más y su intensidad tiene mayor poder destructivo. El nivel del mar se ha visto elevado crecientemente desde 1880 y la expansión de los mares continuará debido al derretimiento del hielo de los polos. Se estima que a mitad de este siglo (en apenas 30 años) el océano ártico perderá todo rastro de hielo durante los periodos de estío. Desde el inicio de la revolución industrial, la acidez de la superficie oceánica se ha incrementado en un 30 por ciento, y con ello, se ha modificando buena parte del ecosistema marino y puesto en riesgo a las especies que habitan el mar.
La emergencia climática ha encendido las alarmas, también, en lo que atañe a la salud pública.
El 4 de noviembre de 2016, entró en vigor el denominado Acuerdo de París Contra el Cambio Climático, mismo que fue ratificado por 195 países. Dicho plan estimó que, a partir del año 2020, comenzarían los recortes a la emisión de los gases de efecto invernadero. Sin embargo, el pacto y la aplicación de sus medidas afrontan los más severos desafíos.
El 1º de junio de 2017, Donald Trump anunció que Estados Unidos abandonaba el acuerdo con base en los “intereses nacionales”; sostuvo que el pacto debilitaba la economía estadounidense. Más allá de la propia cobardía del abandono de un pacto internacional, el hecho arroja luz respecto a la viabilidad de su aplicación en otros países. De acuerdo con datos de 2014, China es el principal emisor mundial de bióxido de carbono, con el 30 por ciento; los Estados Unidos el segundo, con el 15; la Unión Europea con el 9; la India con el 7; Rusia con el 5 y Japón con el 4 por ciento. Es evidente que la conversión energética será más costosa para China y los Estados Unidos -lo que es comprensible dada su alta dependencia de los combustibles fósiles en la generación de energía- y será menos gravosa para los restantes países y regiones que tienen menor contenido de combustibles fósiles y usan más combustible nuclear para la generación de energía.
Aún más, la desaceleración económica mundial juega, también, en contra del éxito del pacto puesto que, frente a un disminuido flujo de recursos económicos, cabe esperar que el medio ambiente no esté en el centro de atención de los gobiernos.
Por otra parte, expertos del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático estiman que contamos apenas con 11 años, a partir de ahora, para atenuar el aumento de las temperaturas.
Y, por si fuera poco, el modelo de sociedad contemporáneo, que promueve el egoísmo y el autointerés (aunque muestre así su esencia autodestructiva), descansa en una dinámica en que los núcleos de poder económico se benefician enormemente del deterioro de la vida comunitaria y de sus efectos en el deterioro ambiental. Todo ello, refuerza la convicción de que es urgente, más que nunca, la movilización y la participación de toda la sociedad para el combate de esta extraordinaria calamidad. Imposible no verlo: lo que está en riesgo es, al fin, la viabilidad de la especie humana ¿Qué otra cosa tendría que estar en riesgo para obligarnos al cambio?