Rodolfo Torres (30/09/2018)
Cava el pozo antes de tener sed. Proverbio
La complejidad de nuestra sociedad actual impone retos formidables a los gobiernos de todas las latitudes, pues existe un notorio diferencial entre dos cuestiones fundamentales: las nuevas formas de construcción social, basadas en mayor medida en las interacciones horizontales, y las organizaciones tradicionales, públicas y privadas, que basan su actuación en mecanismos de control centralizado, es decir, cimentado en interacciones de subordinación. A nuestra situación nacional hay que agregar factores específicos que ejercerán una influencia a favor, y otros en contra, de las expectativas del nuevo gobierno no sólo respecto al cumplimiento de sus metas para los primeros cien días, sino para todo su ejercicio de gobierno.
Del lado de los factores que le favorecerán, está la evidencia de que cuenta ahora con un envidiable capital político, inédito desde hace varias décadas, pues tiene una cómoda mayoría en ambas cámaras del Congreso de la Unión y cuenta con notable fuerza en las entidades, por la vía de gubernaturas y congresos locales. Tendrá, por ello, capacidad plena para determinar el rumbo de la legislación secundaria, y también podrá aspirar, de modo creíble, a llevar a cabo reformas a la Constitución General.
El segundo elemento que le redituará capital político es su ejercicio permanente de estrecho contacto con la población. Por ejemplo, las giras de agradecimiento, que algunos estiman innecesarias pues, argumentan, han concluido las elecciones, me parece persiguen el objetivo de mantener y acrecentar ese capital político.
El tercero, es que su núcleo dirigente tiene una dilatada experiencia pública que le ha hecho desarrollar un aguzado olfato político, a la par de un elevado pragmatismo en su actuar. Sin embargo, si se carece de una adecuada articulación, ese pragmatismo -que tiene por naturaleza un cariz dual-, se tornará en un componente negativo que podría agregar volatilidad, por la vía de decisiones contradictorias; de ser el caso, se llegaría a la antesala de un ambiente de incertidumbre.
Otros factores pueden jugar en su contra. Uno de ellos surge de un cambio sustancial respecto de los actores que participarán en la toma de decisiones políticas importantes. Para un sistema como el nuestro, habituado a que un restringido grupo político-económico tomara las decisiones más relevantes para el país, la muda de gobierno generará cambios de forma y fondo. De forma porque la presidencia de la República, eje articulador de esas decisiones, estará en manos de alguien que no proviene de la élite que ha dominado al país por décadas y que, en consecuencia, no se sentirá comprometido por las ataduras de un protocolo que percibe ajeno. De fondo, porque se trata de un gobierno que ha mostrado no tener como premisa la subordinación a poderes externos. Las fricciones que surjan de ese nuevo arreglo que cambia la forma y fondo podrían, eventualmente, minar la efectividad de los propósitos del nuevo gobierno.
Otro factor tiene que ver con la reciente integración del partido Morena. Se trata de un partido que está en proceso de formación. Hay que recordar que la elección de este año fue apenas su segunda participación en comicios federales. Cierto es que quienes integran ese partido, señaladamente sus dirigentes, no son bisoños en las lides políticas; no obstante, Morena tendrá que apresurar su proceso de maduración si quiere equipar de articulación y continuidad a su proyecto político.
Otro elemento consiste en el breve plazo con que cuentan las nuevas autoridades electas para elaborar y procesar sus planes y programas. Será inevitable la tensión entre ofrecer resultados inmediatos y privilegiar aquellos efectos que, aunque no provean del mayor lucimiento, aporten viabilidad de largo plazo a la nación.
El punto anterior se relaciona con un válido cuestionamiento respecto de la distancia, hasta ahora desconocida, entre las altas expectativas que el triunfo generó, frente a las posibilidades de concretarlas en muy corto plazo, dados los adversos componentes internos y externos de la coyuntura nacional. En lo interno, por ejemplo, debido a la limitada capacidad de acción que tiene el nuevo gobierno para configurar el presupuesto 2019, pues ya amanece comprometido en un 80 por ciento, principalmente para el pago de adeudos. En lo externo, debido al incierto panorama económico internacional detonado por la guerra comercial entre los Estados Unidos y China.
El haber obtenido un aplastante triunfo electoral no significa, de modo automático, el haber alcanzado un poder definitorio. Nuestro sistema político está plagado de ínsulas de poder en todos los niveles y grados que no son necesariamente favorables al nuevo gobierno. Los retos son, sin duda, muy vastos para los primeros cien días y para los siguientes seis años. Cabe por ello esperar que el nuevo gobierno inicie su ejercicio con paso firme y veloz para tratar de aprovechar al máximo ese breve bono de cien días. Las diferencias partidistas no deben hacernos olvidar que si un gobierno actúa a favor del interés público lo que conviene al país es su desempeño eficaz.